El 22 de febrero de 1939, fallece en Colliure (Francia) Antonio Machado.
ESTOS DÍAS AZULES...
Un hilo de luz vertical empieza a filtrarse por la contraventana,
iluminando tenuemente la habitación. El poeta ya está despierto, pero
es esa fina línea de sol la que le confirma que aún no está muerto. Tras
acicalarse superficialmente, se pone unos pantalones y una chaqueta
sobre el pijama, y sale al exterior de la masía. Hace frío, un intenso
frío de enero, y la escarcha del rocío cruje bajo sus pies mientras se
dirige hacia una enmohecida piedra que le sirve de asiento. Quiere
contemplar el campo al alba, viendo el despertar de la naturaleza, pero
donde debería ver vida y alegría sólo ve muerte y tristeza. Empieza a
llover y las gotas resbalan por su rostro, confundiéndose con las
lágrimas.
Antonio Machado se encuentra en la masía Can Santamaría
cuando las tropas franquistas toman Barcelona el 26 de enero de 1939.
Había sido trasladado a esa masía del pueblo de Raset, cerca de Cerviá
de Mar, a diez kilómetros de Gerona, en un coche dispuesto por la
Dirección General de Sanidad, junto a su madre, Ana, su hermano, José, y
su cuñada, Matea, además de otros significados intelectuales de
ideología republicana, viajando éstos en una ambulancia proporcionada
por la misma institución. Se trata del escritor Corpus Barga, el poeta
Carles Riba (acompañado de su mujer, Clementina Arderiu), el
filólogoTomás Navarro Tomás, el naturalista Enrique Rioja, el neurólogo
José Sacristán, el profesor Juan Roura, el psiquiatra Emilio Mira, el
filólogo Joaquim Trias i Pujol, el astrónomo Pedro Carrasco y el geólogo
José Royo. Todos se sienten muy afligidos por la noticia. Para ellos,
el fin de la República y de las ilusiones que habían puesto en ella es
inminente. Sólo queda Madrid.
La caída de Tarragona, el 15 de
enero, había provocado una gran inquietud en los cada vez más diezmados
reductos republicanos de la costa noreste de España. Los bombardeos eran
constantes y la caída de Barcelona era cuestión de días. Por aquel
entonces, los Machado vivían en Torre Castañer, una destartalada mansión
en el Paseo de San Gervasio de la capital catalana, donde habían pasado
los últimos meses, procedentes de Valencia, y anteriormente de Madrid,
en un azaroso peregrinar huyendo del ejército rebelde.
Los días
en Can Santamaría son de inquietud y desasosiego para los provisionales
inquilinos de la masía. Pese a su pesadumbre, éstos conviven
apaciblemente, y se reúnen en animadas tertulias en el jardín, donde
analizan la situación militar con las escasas informaciones con las que
cuentan, e incluso en algún momento de optimismo se atreven a planificar
la reordenación de la actividad en una -¡en esos momentos!- España
hipotética y fantasiosamente republicana.
Realmente, Machado no
tiene muchos motivos para ser optimista. Además del dolor psicológico
que le causan la guerra y la más que previsible victoria del ejército
nacional, lleva tiempo con mala salud. Sus pulmones no funcionan
demasiado bien, especialmente por su afición al tabaco. Padece lo que
hoy se conoce como EPOC (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica), y el
frío le afecta de manera que luego se sabrá irreversible. Además, esos
días su familia está muy preocupada por el destino que habrían podido
correr las hijas de José y Matea, de las que no sabían nada (se las
había embarcado con destino a la Unión Sovietica). Machado, que vivía
con ellos en Madrid, quiere a sus sobrinas como si fuesen hijas.
La
noche del 26 de enero llega la orden de abandonar Can Santamaría. Tres
ambulancias de Sanidad Militar van a recogerlos, pero no pueden acceder
al interior de la masía, y los intelectuales la abandonan caminando a
tropezones debido a la oscuridad de la noche, siendo los solitarios
saucos de la propiedad testigos de aquel patético desalojo.
Machado
y sus compañeros tardan mucho en llegar a Mas Faixat, una masía cercana
a Viladasens, su siguiente destino. Los caminos comarcales están
colapsados por la numerosa gente que abandona España, que llevan consigo
sus únicas posesiones y que se dirigen a un futuro incierto. Sus
doloridos rostros les impactan. En Mas Faixat pasan la noche en la
cocina, todos agolpados y con miedo y frío. Corpus Barga escribirá
después: "Fuimos de noche... una hermosa, y debía haber sido abundante
masía catalana... Estaba Antonio Machado con su madre, su hermano José,
el pintor, y la mujer de éste... Machado tenia su inseparable bastón
entre las piernas... Ni mientras esperábamos en la masía, ni luego en la
expedición, aquella misma noche, y al día siguiente, habló de la guerra
y de la situación en que nos encontrábamos si no era provocado por
alguna pregunta, y contestaba brevemente y como de pasada, volviendo a
la conversación que llevaba sobre temas de la vida y las letras".
Al
día siguiente el convoy continúa su trayecto, que vuelve a ser lento y
pesado. Están ya cerca de Francia y sólo les queda pasar por el puesto
fronterizo de Port Bou. Antes de hacerlo, se ven obligados a abandonar
las ambulancias, ya que la carretera esta colapsada, y tienen que subir
caminando a Els Balitres, en lo alto de una empinada carretera. Machado
emprende la marcha muy preocupado por su madre, que llega empapada a la
frontera. Es cuando pasan a Francia bajo una pesada cadena que sujetan
dos soldados senegaleses.
En territorio galo, Corpus Barga
explica a los gendarmes que su acompañante es un escritor muy famoso, y
éstos les dan de comer (queso y pan blanco), poniéndoles el inspector a
su disposición un coche celular para llevarles a la estación de Cerbère,
a la que llegan ya con la siempre infausta condición de refugiados. En
la cantina de la estación, y a diferencia de los sucedido en el puesto
fronterizo, reciben un trato descortés por parte de los camareros, que
se niegan a aceptar el dinero español. La situación allí es caótica, los
exiliados españoles llenan los andenes, y los gendarmes forman levas
para los campos de concentración, separando a padres e hijos, lo que da
pie a dramáticas situaciones. El jefe de la estación les permite pasar
la noche en un vagón situado en una vía muerta. Allí pernoctan
incómodamente, afectando la gelidez del lugar a los enfermos pulmones
del poeta. La noche, sin embargo, dura poco: a las seis de la mañana el
vagón tiene que ser ocupado y los Machado se instalan en la sala del
restaurante.
Esa mañana el diligente Corpus Barga toma una vez
más las riendas de la situación. Lo primero que hace es ponerse en
contacto con José Giral, ministro sin cartera de la República, y éste le
da 300 francos para auxilio de los Machado. También se pone en contacto
con unos amigos de la Sorbona, y éstos raudamente les telegrafían
dinero, que utilizan para comer. Barga también les sugiere un destino,
un pequeño pueblo marinero en la Costa Azul, que pasará a estar asociado
a la figura de Antonio Machado: Collioure.
La llegada al
pintoresco pueblo, gemelo a Cadaqués, se produce en tren. Desde la
estación hasta el modesto Hotel Bougnol Quintana, donde se alojarán, se
desplazan a pie, y debido a que la avenida de la estación está en obras,
Barga debe llevar en brazos a Doña Ana, que mirando confusa alrededor
le pregunta a su hijo si han llegado a Sevilla. El grupo se detiene en
una tienda donde la dueña, Juliette Figueres, les permite descansar, lo
que ellos le agradecen, así como un reconfortante café con leche que la
mujer les ofrece compadecida al verlos agotados. Luego continúan hacía
el hotel, no muy lejano.
La fortuna les sonríe en el hotel, ya
que su propietaria, Pauline Quintana, es simpatizante de la Republica y
los acoge con afabilidad y buena disposición. Los Machado son instalados
en dos habitaciones del primer piso: en una está Antonio con su madre y
en otra José y Matea. Están exhaustos, pero también es cierto que se
han librado del horror de los campos de concentración.
En esos
tristes días Machado sale poco del hotel, ya que dedica el tiempo a
cuidar de su madre. A veces su hermano o su cuñada se quedan con ella y
el poeta sale a dar un paseo, siendo frecuentes sus visitas a la tienda
de Juliette Figueres. Charla con ella y otros clientes sobre la
situación de España, y les comenta que durante el viaje ha perdido sus
libros y que está preocupado por la suerte que han podido correr las
hijas de José y Matea.
Al poco de llegar la salud de la madre de
Machado empeora y desgraciadamente la suya también, incluso más
gravemente. Sus dolencias pulmonares, especialmente su asma, se
agravaron por el frío pasado la noche que durmió en el vagón de tren en
la estación de Cervere. Cuando Doña Ana entra en coma, José y Matea
colocan un biombo para separar sus camas. Madame Figueras recuerda esos
dramáticos momentos: “El doctor Cazaben le recetó algunas medicinas y
nos dijo que no se podía hacer nada. Antonio se moría, de eso ya no nos
cabía la menor duda. Estuvo cuatro días muy agitado e inquieto. Se veía
morir. A veces se le oía decir: “¡Adiós, madre, adiós, madre!”, pero
mamá Ana, que estaba bien cerquita en otra cama, no le oía porque estaba
sumida en un coma profundo (…) Él estuvo dos días en agonía. Le llevé
la botella de champán [la tenía reservada Mme. Figueres para cuando
pudieran conocerse don Antonio y el hijo de ella] para mojarles los
labios a los dos. Estaba consciente, me miraba y me dio las gracias con
una sonrisa”.
El 22 de febrero de 1939, a las tres y media de la
tarde Antonio Machado muere. Para poder sacar su cadáver de la
habitación deben izarlo por encima de la cama en la que agoniza su
madre. Un gran dolor a todos los amigos que los Machado habían hecho en
su breve estancia en Collioure, a los que habían seducido por su
bonhomía, educación y sencillez. Jacques Baills, jefe suplente de la
estación de Collioure y uno de los cronistas de los últimos días de los
Machado en el pueblo, recordará después como los hermanos se tenían que
turnar para bajar a comer, ya que sólo tenían una camisa cada uno, y el
día que la lavaban debían esperar a que subiera el otro e
intercambiársela. Nunca hubieran bajado al comedor con una camisa sucia.
Machado
había expresado su deseo de que se le hiciese un funeral civil. Éste se
llevó a cabo con la sobriedad que a él le hubiese gustado (José quiso
que se le amortajara con una sábana, ya que había escuchado decir a su
hermano que para enterrar a una persona era suficiente envolverla en una
sábana), y a él asisten diversas autoridades de la República en el
exilio (el presidente Azaña envia un telegrama) y en el acto participan
doce soldados españoles de la Segunda Brigada de Caballería del Ejército
recluidos en la prisión del Castillo Real de Collioure.
Un nicho
prestado en el recoleto cementerio de Collioure sirvie para el último
descanso de Machado. Su madre muere días después. Antes de fallecer
había despertado del coma brevemente y preguntado por su hijo,
mintiéndole piadosamente José sobre Antonio, aunque aquél pudo leer en
sus ojos que no le creía. Doña Ana es enterrada en una zona de ese mismo
camposanto destinada a los pobres.
Entre las ropas de Machado
Mme. Quintana encontró un papel en el que aquél había escrito un último
verso: “Éstos días azules y este sol de la infancia”. No cabe duda de
que quería abstraerse de la triste realidad en la que vivía. Acechado
por la enfermedad, ésta terminó por vencerle, aunque sus más allegados
sabían que moría de pena.
Apoyado en una de las barcas encalladas
en la arena, el poeta mira a su alrededor. Su paseo por el pueblo le ha
llevado hasta la playa, atraído por la algarabía de las gaviotas y el
olor de las redes secándose al frío sol de invierno. El poeta sueña que
muy bien pudiera quedarse a vivir en la casita de algún pescador, sin
más preocupaciones que trabajar en el arte. Mientras, una pequeña barca
de pescadores se hace a la mar para poco a poco ir perdiéndose en el
horizonte hasta desaparecer.
Bibliografía
Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Ian Gibson